De Miguel Hernández
VUELO1 Sólo quien ama vuela. Pero, ¿quién ama tanto que sea como el pájaro más leve y fugitivo? Hundiendo va este odio reinante todo cuanto quisiera remontarse directamente vivo. Amar... Pero, ¿quién ama? Volar... Pero, ¿quién vuela? Conquistaré el azul ávido de plumaje, pero el amor, abajo siempre, se desconsuela de no encontrar las alas que da cierto coraje. Un ser ardiente, claro de deseos, alado, quiso ascender, tener la libertad por nido. Quiso olvidar que el hombre se aleja encadenado. Donde faltaban plumas puso valor y olvido. Iba tan alto a veces, que le resplandecía sobre la piel el cielo, bajo la piel el ave. Ser que te confundiste con una alondra un día, te desplomaste otro como el granizo grave. Ya sabes que las vidas de los demás son losas con que tapiarte: cárceles con que tragar la tuya. Pasa, vida, entre cuerpos, entre rejas hermosas. A través de las rejas, libre la sangre afluya. Triste instrumento alegre de vestir; apremiante tubo de apetecer y respirar el fuego. Espada devorada por el uso constante. Cuerpo en cuyo horizonte cerrado me despliego. No volarás. No puedes volar, cuerpo que vagas por estas galerías donde el aire es mi nudo. Por más que te debatas en ascender, naufragas. No clamarás. El campo sigue desierto y mudo. Los brazos no aletean. Son acaso una cola que el corazón quisiera lanzar al firmamento. La sangre se entristece de debatirse sola. Los ojos vuelven tristes de mal conocimiento. Cada ciudad, dormida, despierta loca, exhala un silencio de cárcel, de sueño que arde y llueve como un élitro ronco de no poder ser ala. El hombre yace. El cielo se eleva. El aire mueve.
1HERNÁNDEZ, Miguel. Obra completa I. «Cancionero y romancero de ausencias». Madrid: Espasa, 2010
Después de leer este poema, he sentido el regocijo del silencio, ese abismo del que no se acaba nunca de extraer su final y su gozo.
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Vamos, que te ha gustado 😉
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Muchísimo. Aunque también me gusta la posía de Kavafis. 😉
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EN LA MEDIDA QUE PUEDAS
Y si no te es posible hacer la vida que deseas
intenta al menos esto
en la medida que puedas: no la envilezcas
en el contacto asiduo con la gente,
en asiduos ajetreos y chácharas.
No la envilezcas arrastrándola,
dando vueltas constantes y exponiéndola
a la idiotez diaria
del trato y relaciones,
hasta que se convierta en una extraña cargante.
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Fuera del antes y del después –esos términos que delimitan un nacimiento– estamos en el límite sin límites, fuera de toda noción o intriga. Estamos en la mirada sobre la que miramos como quien vuelca un abismo: con la sorpresa de vivir siempre nuevamente o de encontrar en unos ojos –una lámina, un poema que nos traspasa con su daga de pétalos, una fuga interminable donde giran los oboes hasta el vértigo–, el reflejo, uno mismo volcado en uno mismo, Isabel…
Gracias por recordarme este poema.
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Yo creo que sí, que le ha gustao… 🙂
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