Y siento más tu muerte que mi vida

Madrid: Espasa, 2010
Miguel Hernández nace el 30 de octubre de 1910, en Orihuela. Es un niño de campo, que disfruta de la naturaleza y los animales. Fue a la escuela hasta los quince años (una edad muy tardía para la época) y destaca con creces. Era un niño con mucho talento, muy curioso y con ganas. Pero, dada la época y la educación del momento, Miguel tiene que volver a trabajar al campo, tal y como se lo indica su padre. No obstante, ya se ha empapado de la curiosidad que le ofrecían los libros así que, en esta época de su vida, lee ferozmente a Miró, Zorrilla, Gabriel y Galán o Rubén Darío, entre otros1.
De sus primeros poemas, los de la adolescencia, destacaré dos. Uno que me ha parecido de los más adorable y, otro, que me resulta muy erótico y sensual.
LIMÓN Oh limón amarillo, patria de mi calentura. Si te suelto en el aire, oh limón amarillo, me darás un relámpago en resumen. Si te subo a la punta de mi índice, oh limón amarillo, me darás un chinito coletudo, y hasta toda la China, aunque desde los ángeles contemplada. Si te hundo mis dientes, oh agrio mi amigo, me darás un minuto de mar2.
ODA A LA HIGUERA Abiertos, dulces sexos femeninos, o negros, o verdales: mínimas botas de morados vinos, cerrados: genitales lo mismo que horas fúnebres e iguales. Rumores de almidón y de camisa: ¡frenesí! de rumores en hoja verderol, falda precisa, justa de alrededores para cubrir adánicos rubores. tinta imborrable, savia y sangre amarga: malicia antecedente, que la carne morena torna y larga con su blancor caliente, bajo la protección de la serpiente. ¡Oh meca! de lujuria y avisperos, quid de las hinchazones. ¡oh desembocadura! de los eros; higuera de pasiones, crótalos pares y pecados nones. Al higo, por él mismo vulnerado con renglón de blancura, y orines de jarabe sobre el lado de su mirada oscura, voy, pero sin pasar de mi cintura. Blande y blandea el sol, ennegrecido, el tumor inflamable. El pájaro que siente aquí su nido, su seno laborable, se ahogará de deseo antes que hable. Bajo la umbría bíblica me altero, más tentado que el santo. Soy tronco de mí mismo, mas no quiero, ejemplar de amaranto lleno de humor, pero de amor no tanto. Aquí, sur fragoroso tiene el viento la corriente encendida; la cigarra su justo monumento, la avispa su manida. ¡Aquí vuelve a empezar!, eva, la vida3.
Pronto le entra el deseo de ir a Madrid, obviamente, porque ya había publicado algún que otro poema en revistas, pero Miguel era muy pobre y su padre no aprobaba su marcha. Su padre, que le daba una colleja cada vez que lo veía leyendo. Pero he leído una cosa preciosa y es que sus amigos, en especial el gran Sijé, reunieron el dinero del billete hacia la capital4. Allí pasa un periodo muy corto de tiempo, conoce a grandes personalidades y se empapa de poesía, sobre todo, de la de Góngora. Así las cosas, vuelve al pueblo y publica su primer libro de poemas, Perito en lunas (1933). Gracias a esta publicación, Miguel consigue dinero suficiente como para volver a Madrid. En mi humilde opinión, este primer libro es de un valor inmenso: Miguel Hernández, que solo tiene veintitrés años cuando lo publica (menos tendría mientras lo escribía) y que es más bien una persona inculta, escribe poemas de tal calibre que parece que llevara cincuenta años escribiendo.
Sobre el patrón de vuestra risa media, reales alcancías de collares, se recorta, velada, una tragedia de aglomerados rojos, rojos zares. Recomendable sangre, enciclopedia del rubor, corazones, si mollares, con un tic-tac en plenilunio, abiertos como revoluciones de los huertos5.
Aquella de la cuenca luna monda sólo habéis de eclipsarla por completo. donde vuestra existencia más se ahonda, desde el lugar preciso y recoleto. ¡Pero bajad los ojos con respeto cuando la descubráis quieta y redonda! Pareja, para instar serpientes, luna, al fin, tal vez la Virgen tiene una6.
Como bien he dicho antes, Miguel Hernández vuelve a Madrid y allí termina de empaparse de cultura y amistades. Leía muchísimo, era muy preciso en sus correcciones, poseía un gran conocimiento del lenguaje y, sobre todo, yo creo que era superdotado (de esta época sale, por ejemplo, El rayo que no cesa (1934)). Y mérito tiene también que la mayoría de su actividad creativa tuviera lugar en sitios como el campo (a escondidas de su padre), en pensiones de mala muerte y, más tarde, en trincheras y cuarteles7.
Dejando un poco de lado todo el éxito que consiguió Miguel en Madrid, que fue consistente, me parece importante mencionar las elegías que escribía cuando alguien a quien quería mucho fallecía. Es importante porque vemos en ellas a un Miguel con una sensibilidad extraordinaria, un amor incondicional y una admiración real hacia sus amistades. Me gustaría que leyerais la que escribió para su amigo Ramón Sijé -su amigo incondicional del pueblo-, y la de Lorca.
ELEGÍA (en Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto como del rayo Ramón Sijé, con quien tanto quería). Yo quiero ser llorando el hortelano de la tierra que ocupas y estercolas, compañero del alma, tan temprano. Alimentando lluvias, caracolas y órganos mi dolor sin instrumento, a las desalentadas amapolas daré tu corazón por alimento. Tanto dolor se agrupa en mi costado, que por doler me duele hasta el aliento. Un manotazo duro, un golpe helado, un hachazo invisible y homicida, un empujón brutal te ha derribado. No hay extensión más grande que mi herida, lloro mi desventura y sus conjuntos y siento más tu muerte que mi vida. Ando sobre rastrojos de difuntos, y sin calor de nadie y sin consuelo voy de mi corazón a mis asuntos. Temprano levantó la muerte el vuelo, temprano madrugó la madrugada, temprano estás rodando por el suelo. No perdono a la muerte enamorada, no perdono a la vida desatenta, no perdono a la tierra ni a la nada. En mis manos levanto una tormenta de piedras, rayos y hachas estridentes sedienta de catástrofes y hambrienta. Quiero escarbar la tierra con los dientes, quiero apartar la tierra parte a parte a dentelladas secas y calientes. Quiero minar la tierra hasta encontrarte y besarte la noble calavera y desamordazarte y regresarte. Volverás a mi huerto y a mi higuera: por los altos andamios de las flores pajareará tu alma colmenera de angelicales ceras y labores. Volverás al arrullo de las rejas de los enamorados labradores. Alegrarás la sombra de mis cejas, y tu sangre se irán a cada lado disputando tu novia y las abejas. Tu corazón, ya terciopelo ajado, llama a un cuerpo de almendras espumosas mi avariciosa voz de enamorado. A las aladas almas de las rosas del almendro de nata te requiero, que tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero8. (10 de enero de 1936)
ELEGÍA PRIMERA A Federico García Lorca, poeta Atraviesa la muerte con herrumbrosas lanzas y en traje de cañón, las parameras donde cultiva el hombre raíces y esperanzas, y llueve sal, y esparce calaveras. Verdura de las eras, ¿qué tiempo prevalece la alegría? El sol pudre la sangre, la cubre de asechanzas y hace brotar la sombra más sombría. El dolor y su manto vienen una vez más a nuestro encuentro. Y una vez más al callejón del llanto lluviosamente entro. Siempre me veo dentro de esta sombra de acíbar revocada, amasada con ojos y bordones, que un candil de agonía tiene puesto a la entrada y un rabioso collar de corazones. Llorar dentro de un poco en la misma raíz desconsolada del agua, del sollozo, del corazón quisiera: donde nadie me viera ni la voz ni la mirada, ni restos de mis lágrimas me viera. Entro despacio, se me cae la frente despacio, el corazón se me desgarra despacio, y despaciosa y negramente vuelvo a llorar al pie de una guitarra. Entre todos los muertos de elegía, sin olvidar el eco de ninguno, por haber resonado más en el alma mía, la mano de mi llanto escoge uno. Federico García hasta ayer se llamó: polvo se llama. Ayer tuvo un espacio bajo el día que hoy el hoyo le da bajo la grama. ¡Tanto fue! ¡Tanto fuiste y ya no eres! Tu agitada alegría, que agitaba columnas y alfileres, de tus dientes arrancas y sacudes, y ya te pones triste, y sólo quieres ya el paraíso de los ataúdes. Vestido de esqueleto, durmiéndote de plomo, de indiferencia armado y de respeto, te veo entre tus cejas si me asomo. Se ha llevado tu vida de palomo, que ceñía de espuma y de arrullos el cielo y las ventanas. como un raudal de pluma el viento que se lleva las semanas. Primo de las manzanas, no podrá con su savia la carcoma, no podrá con tu muerte la lengua del gusano, y para dar salud fiera a su poma elegirá tus huesos el manzano Cegado el manantial de tu saliva, hijo de la paloma, nieto del ruiseñor y de la oliva: serás, mientras la tierra vaya y vuelva, esposo siempre de la siempreviva, estiércol padre de la madreselva. ¡Qué sencilla es la muerte: qué sencilla, pero qué injustamente arrebatada! No sabe andar despacio, y acuchilla cuando menos se espera su turbia cuchillada. Tú, el más firme edificio, destruido, tú, el gavilán más alto, desplomado, tú, el más grande rugido, callado, y más callado, y más callado. Caiga tu alegre sangre de granado, como un derrumbamiento de martillos feroces, sobre quien te detuvo mortalmente. Salivazos y hoces caigan sobre la mancha de su frente. Muere un poeta y la creación se siente herida y moribunda en las entrañas. Un cósmico temblor de escalofríos mueve temiblemente las montañas, un resplandor de muerte la matriz de los ríos. Oigo pueblos de ayes y valles de lamentos, veo un bosque de ojos nunca enjutos, avenidas de lágrimas y mantos: y en torbellino de hojas y de vientos, lutos tras otros lutos y otros lutos, llantos tras otros llantos y otros llantos. No aventarán, no arrastrarán tus huesos, volcán de arrope, trueno de panales, poeta entretejido, dulce, amargo, que al calor de los besos sentiste, entre dos largas hileras de puñales, largo amor, muerte larga, fuego largo. Por hacer a tu muerte compañía, vienen poblando todos los rincones del cielo y de la tierra bandadas de armonía, relámpagos de azules vibraciones. Crótalos granizados a montones, batallones de flautas, panderos y gitanos, ráfagas de abejorros y violines, tormentas de guitarras y pianos, irrupciones de trompas y clarines. Pero el silencio puede más que tanto instrumento. Silencioso, desierto, polvoriento en la muerte desierta, parece que tu lengua, que tu aliento los ha cerrado el golpe de una puerta. Como si paseara con tu sombra, paseo con la mía por una tierra que el silencio alfombra, que el ciprés apetece más sombría. Rodea mi garganta tu agonía como un hierro de horca y pruebo una bebida funeraria. Tú sabes. Federico García Lorca, que soy de los que gozan una muerte diaria9.
Aparece en este contexto la guerra, donde el poeta gozará de una actividad literaria enorme e incansable, tanto, que hasta recita poemas a los soldados en los campamentos o en la trinchera. Es en esta época también en la que comienza a escribir los primeros poemas del Cancionero y Romancero de Ausencias (1938) . Acabada la guerra, cae el bando republicano y ya sabéis todos lo que pasa con Miguel: cárcel. Bueno, cárceles, porque el pobre se recorre las cárceles de Huelva, de Madrid y de Sevilla. Y su mujer, a todo esto embarazada (a su hijo le dedicará las Nanas de la cebolla).
SONREÍR CON LA ALEGRE TRISTEZA DEL OLIVO Sonreír con la alegre tristeza del olivo esperar, no cansarse de esperar la alegría. Sonriamos, doremos la luz de cada día con esta alegre y triste vanidad de ser vivo. Me siento cada día más libre y más cautivo en toda esta sonrisa tan clara y tan sombría. Cruzan las tempestades sobre tu boca fría como sobre la mía que aún es un soplo estivo. Una sonrisa se alza sobre el abismo: crece como un abismo trémulo, pero batiente en alas. Una sonrisa eleva calientemente el vuelo. Diurna, firme, arriba, no baja, no anochece. Todo lo desafías, amor: todo lo escalas. Con sonrisa te fuiste de la tierra y del cielo10.
Miguel Hernández muere de tuberculosis el 28 de marzo de 1942. Con solo 32 años. Tal y como le decía a Lorca en la elegía: muere un poeta y la creación se siente/herida y moribunda en las entrañas.
1CANO BALLESTA, Juan. Miguel Hernández. El hombre y su poesía. P.18. Madrid: Cátedra, 1981
´2HERNÁNDEZ, Miguel. Viento del pueblo. P.3. Madrid: Unidad Editorial, 1998
3HERNÁNDEZ, Miguel. Viento del pueblo. P.13. Madrid: Unidad Editorial, 1998
4DE LUIS, Leopoldo y URRUTIA, Jorge. Miguel Hernández. Obra poética completa. P.9. Madrid: Zero, 1979
5DE LUIS, Leopoldo y URRUTIA, Jorge. Miguel Hernández. Obra poética completa. P.52. Madrid: Zero, 1979
6DE LUIS, Leopoldo y URRUTIA, Jorge. Miguel Hernández. Obra poética completa. P.54. Madrid: Zero, 1979
7DE LUIS, Leopoldo y URRUTIA, Jorge. Miguel Hernández. Obra poética completa. P.12. Madrid: Zero, 1979
8DE LUIS, Leopoldo y URRUTIA, Jorge. Miguel Hernández. Obra poética completa. P.244. Madrid: Zero, 1979
9CANO BALLESTA, Juan. Miguel Hernández. El hombre y su poesía. P.34. Madrid: Cátedra, 1981
10DE LUIS, Leopoldo y URRUTIA, Jorge. Miguel Hernández. Obra poética completa. P.498. Madrid: Zero, 1979