TEMA 6. EL LIBRO Y LAS BIBLIOTECAS EN EL SIGLO XVIII

El siglo XVIII marca un nuevo rumbo para el libro, que sale de la crisis del siglo anterior debido a un desarrollo cultural que queda reflejada en una mayor demanda de libros y en un desarrollo industrial que hace que se produzcan una serie de avances técnicos que afectan directamente a la imprenta. La cultura se seculariza con la creación de instituciones como academias, museos y sociedades. Disminuye, así, la producción del libro religioso. Además, se dejan de lado los libros en latín frente a la mayor demanda de libros en lengua vernácula.

EL LIBRO EN EL SIGLO XVIII

El espíritu científico y cultural desemboca en un auge de las enciclopedias y los diccionarios. La obra más característica fue la Encyclopédie, iniciada en 1751, auspiciada por el librero André François Le Breton y dirigida por Denis Diderot y por Jean le Rond d’Alambert. Esta obra marcó una visión ilustrada de la historia y el conocimiento humano. En 1726, impreso por Francisco del Hierro, aparece el primero de los seis volúmenes de que consta el Diccionario de la lengua castellana, más conocido como el Diccionario de autoridades. En 1771, impresa por Joaquín Ibarra, aparece la primera edición de la Gramática de la lengua castellana, de la Real Academia Española que, por cierto, nace en el año 1713 donde dos años después, en 1715, se encarama bajo el lema «limpia, fija y da esplendor». En el campo de la lexicografía, que tiene especial floración en esta época, destaca el Diccionario histórico de Moreri (1674), el Diccionario histórico y crítico de Piere Bayle (1696-1697), el Diccionario filosófico portátil o La razón alfabetizada de Voltaire (1764).
Se consolidan también las publicaciones periódicas y en algunos lugares, como en Reino Unido, se relaja la censura. aumenta la producción del libro literario (novela y poesía) y científico. Se comienzan también a publicar obras por entregas semanales o mensuales, sobre todo, vinculadas a los periódicos.
Destaca el gran avance que se hizo en el papel, en la fundición de tipos y en el desarrollo de prensas. La mejoría del papel se inicia con la sustitución en los molinos de los mazos por cilindros, así como la invención del papel vitela por John Baskerville en 1750. Además, se blanqueaba con cloro. Louis Robert diseñó, en 1799, una máquina para la fabricación de papel continuo, lo cual supuso un aumento en la producción y una bajada en los precios. El conde de Stanhope, por su parte, creó la primera prensa de metal en 1800, que pasó de imprimir de 30 a 200 páginas por hora.
Destacar, por último, que las tintas también se experimentaron más consistentes y brillantes.
El libro cambia en su forma y su estructura. Las portadas se hacen más ligeras y con un grabado elegante, y la estructura se descarga de paratextos. Aumenta el libro de lujo con ilustraciones coloreadas a mano, un buen papel y grandes formatos. Destaca más por su calidad que por su cantidad.

Reino Unido

A finales del siglo anterior ya apareció la Ley de restricción de la imprenta, que limitaba la prensa a Londres, York, Oxford y Cambridge. Se incrementaron, aún así, las autorizaciones para abrir librerías. Otra importante medida de legislación fue la protección de derechos de autor (Copoyright Act), que acabó con el derecho a perpetuidad en 1709, lo que suprimió los privilegios y favoreció la impresión. Se editaron, a su vez, numerosos textos literarios y la prensa se vio potenciada por la lucha partidista y por el espíritu moralizante de la sociedad. El libro, además, llegó a todas las capas de las sociedad.
William Calston: se inició como grabador de punzones para encuadernaciones y, entre sus fundiciones, destaca la romana y la bastardilla. Su fundición permaneció activa hasta 1936.
John Baskerville: era un señor que consiguió tanto dinero que pudo dedicarse a la imprenta como afición a los 44 años de edad, en 1750. Se dedicó a la impresión de libros que él consideraba importantes, para lo que construyó sus prensas, elaboró sus tintas en negro brillante y diseñó sus propios tipos, marcados por las diferencias entre trazos finos y gruesos. Encargó también un papel especial. Entre sus impresiones destacan las obras de Virgilio, el Paraíso perdido de Milton o el Orlando furioso de Ariosto.

Francia

Francia fue protagonista en la revolución del libro en este siglo con importantes aportaciones al desarrollo de la tipografía y de la impresión. Aumenta la producción, en especial, de las obras de poesía, la literatura erótica y menor, y de novelas, lo cual desplaza a los libros religiosos de los siglos anteriores. Se imprimen también bellas obras ilustradas como el Decamerón (1757).
La familia Didot: famiia de impresores que comienza con François Didot y la continúan sus dos hijos: Ambroise y Firmin. Ambroise realió significativos avances en la tipografía y en el sistema de impresión. Introdujo en Francia el papel vitela y diseñó los caracteres Didot, que se impusieron como modelo. Destaca por la colección de clásicos franceses y latinos. Además, en 1782, utilizó una prensa de un solo golpe. Por su parte, Firmin destaca porque fue el primero en usar la estereotipia, en 1795.

Italia

En Italia continúan activos los principales centros editores, abunda la producción de libros ilustrados y destacan las ediciones de lujo.
Familia Remondini: Giovanni Antonio Remondini llegó a tener más de 40 prensas y 1.000 empleados. Su producción sobrepasa las 1.300 ediciones y perduró hasta 1861.
Giambattista Bodini: se especializó en diseño y grabación de letras, sobre todo de lenguas exóticas. Su tipografía se caracteriza por el contraste de trazos finos y gruesos. A partir de 1790 tuvo imprenta propia en la que imprimió obras en diversas lenguas.

España

En España se mantienen, durante la primera mitad del siglo, las características del anterior, con un aumento de prensas pero con libros de mala calidad. Ya desde mediados de siglo se empiezan a vislumbrar cambios que supondrán una mejora en la edición, como la obligación de utilizar papel de buena calidad que se establece en 1751. Se suprime la tasa excepto para cartillas, catecismos y obras de devoción y se prohíbe la concesión de privilegios salvo a los autores. Con el fin de agilizar los trámites para la publicación y disminuir la estructura del libro, se suprimió el oficio de corrector general de imprentas y el salario de censor. En cuanto a la tipografía, hubo un auge con la aparición de buenos grabadores y fundidores, lo que hizo que se imprimieran obras de muy buena calidad, con elegantes diseños, en buen papel y con tintas brillantes.
Joaquín Ibarra: fue impresor de los organismos oficiales: el rey, el Consejo de Indias, el ayuntamiento o la Real Academia Española. Perfeccionó la tipografía, ideó un sistema para el satinado del papel impreso y elaboró tintas brillantes. Sus trabajos fueron sobrios, con grandes márgenes y de gran calidad. De su taller salieron más de un millar de ediciones en vida, una de las más importantes, la Conjuración de Catalina y la Guerra de Yugurta, de Salustio, en 1772.
Antonio Sancha: empezó trabajando como encuadernador de las academias y de la Biblioteca Real y fue también librero, uno de los mejores de la época pero su actividad más destacada fue la de editor. Realizo cuidadas ediciones de clásicos españoles y otros escritores y publicó obras inéditas. Inició su actividad como impresor en 1771 con obras con láminas lujosas, un buen pape y corrección.

LAS BIBLIOTECAS EN EL SIGLO XVIII

En este siglo los centros intelectuales no son las universidades ni los monasterios o los conventos sino los nuevos centros como las academias, los salones de las casas de los nobles, los cafés, las tertulias de amigos o las bibliotecas.
En Inglaterra apareció un tipo de bibliotecas llamadas parroquiales porque se centraron en las parroquias. Sus libros, ene general, iban destinados a la formación de los religiosos pero, a veces, se ofrecían también a los laicos. Aparecieron también los clubes del libro o sociedades de lectura a principios del siglo XVIII. Consistían en la asociación de un grupo de amigos que hacían una aportación para la adquisición de libros que, una vez leídos y examinados, eran liquidados. Esto estaba muy bien y era barato porque los gastos se limitaban a la compra de libros y no había bibliotecario al que pagar ni biblioteca que mantener porque, normalmente, los libros se dejaban en casa de alguien. Algunas de estas asociaciones han llegado hasta nuestros días, como la Leicestershire Book Society.
Aparecieron otras formas de adquisición cooperativa de libros, las llamadas bibliotecas sociales, con dos modalidades: de acciones (propietary), donde la propiedad pertenecía a los accionistas que regalaban, vendían o cedían sus acciones libremente a otras personas. Los accionistas eran personas ricas que compraban libros pero, claro, elegían siempre los de su elección; y de suscripción, donde el pago de una cuota te daba derecho a uso. Estas bibliotecas solían ser más liberales que las de acciones y estaban gobernadas por gente joven, que eran usuarios. La primera biblioteca de carácter asociativo en Norteamérica fue la Library Company of Philadelphia, fundada en 1731 por Benjamin Franklin.
Otro tipo de bibliotecas aparecen en este siglo en Inglaterra y Norteamérica, las llamadas de préstamo, cuya finalidad era básicamente comercial. Fueron creadas por libreros como ampliación de sus negocios, que cobraban una cantidad a los usuarios y esto les daba derecho a llevarse libros a casa para leerlos.

El British Museum

En 1753 se creó el British Museum, la biblioteca nacional inglesa. Empezó con la donación de la gran biblioteca del presidente de la Royal Society, Sir Hans Sloane, que no solo dejó libros sino también una colección enorme de fósiles, objetos curiosos, plantas, minerales, etc., con la pretensión de que se conservara todo reunido en Londres para el progreso de la humanidad y de las ciencias. A la colección de Sloane se sumó la de los condes de Oxford, con 7.000 manuscritos, 40.000 documentos, 50.000 libros impresos y 400.000 folletos; la de Robert Bruce Cotton, formada por manuscritos y libros de las bibliotecas monásticas ya destruidas; y, por último, la de Palacio, cedida por el rey Jorge II en 1757, con unos 9.000 impresos y 2.000 manuscritos. Así, el Parlamento no tuvo más remedio que adquirir un edificio que recogiera todo esto y nombrar a un consejo para regir esta nueva institución. En 1973 el British Museum fue reorganizado y su biblioteca incluida en una nueva organización, la British Library, con la finalidad de servir como centro de consulta, estudio e información bibliográfica para las humanidades, las ciencias y las técnicas.

La Biblioteca Nacional florentina

Creada en 1714 por el bibliófilo y bibliotecario de los duques de Toscana Antonio Magliabechi, quien reunió una biblioteca riquísima con obras en árabe, turco, armenio y persa. Posee 30.000 impresos y 3.000 manuscritos. Se abre al público en 1747.

Biblioteca de Vittorio Emmanuelle III

Fundada por Carlos III en 1734 con los fondos de la Biblioteca Farnesio de Parma, a los que se sumaron los de monasterios suprimidos y los de las casas de los jesuitas. En la actualidad, cuenta con un millón y medio de volúmenes, entre ellos cerca de 13.000 manuscritos y más de 4.5000 incunables. Posee una buena colección de óperas y gran parte de los papiros romanos descubiertos a mediados del XVIII en Herculiano.

Biblioteca Braidense de Milán

Se creó por instigación de la emperatriz austriaca María Teresa después de la compra de la bibliogteca privada del conde Carlos Pertusati, a la que se añadió la de los jesuitas, y se abrió al público en 1786. Posee cerca de un millón de volúmenes, entre ellos, más de 2.000 manuscritos y todos los impresos conservados de Bodoni.

Biblioteca del Arsenal de París

Fundada por Antoine René de Voyer d’Argenson, ministro de guerra de Luis XV y embajador en Suiza, Polonia y Venecia. Dispuso para la instalación de la biblioteca de la antigua residencia del jefe de artillería, en el Arsenal, y de ahí que se llame así. Hoy posee un millón y medio de volúmenes y 15.000 manuscritos.

ESPAÑA

En este siglo aparecen las bibliotecas reales, que luego se convirtieron en públicas y privadas, de asociaciones, de sociedades económicas de amigos del país, etc. Se crea la Biblioteca Nacional en 1711 por Felipe V. Había en Madrid también otras bibliotecas de la iglesia, abiertas a estudiosos, como la de los carmelitas descalzos. Destacan también, por supuesto, las bibliotecas de algunos miembros de la alta nobleza, como las de los duques de Medinaceli y Alba. Importantes fueron las bibliotecas de reales academias, aunque estas se utilizaban más por sus propios miembros; o las de los grandes eruditos, como la de Jovellanos.

Publicado por

Isabel

Madrid, 6 de julio de 1993 - Estudié filología hispánica en la Universidad Complutense de Madrid y tengo la inmensa suerte de dedicarme a ella cuando no tengo que trabajar.

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