EL LIBRO EN LA EDAD MEDIA
A partir del siglo IV a.C. aparece en la Edad Media el códex o códice, ya con la misma forma y aspecto que el libro que conocemos hoy en día. Seguía utilizándose el rollo pero solo para algunos documentos mientras que, en literatura, ya se usaba por completo el códice.
El códice ofrecía muchas ventajas, entre las que destaca su gran capacidad y aprovechamiento, pues se podía escribir por ambas caras. Además, era mucho más fácil buscar algo en concreto pasando las hojas que enrollando y desenrollando, y en el códice podías dejar un trocito de pergamino para volver a realizar una consulta. La mayoría de los códices eran de pergamino pero los había también de papiro, lo que pasa es que el papiro llegó un momento en el que empezó a escasear. Solía estar contenido entre dos cubiertas de madera, lo que hacía que las páginas estuviesen protegidas. En el siglo III a.C. el uso del códice ya se había generalizado por completo.
Los códices más antiguos conservados son de los siglos IV y V y son muy poquitos: algunos de la Biblia, varios de Virgilio, uno de Homero y poco más. Todos ellos son de pergamino y, además, son todos ediciones elegantes, escritas con excelente caligrafía sobre pliegos muy finos.
Los códices se producían en una sala llamada scriptorium y se copiaban, sobre todo, en los monasterios para satisfacer su propia demanda. Quienes se encargaban de esta tarea eran los escribas o copistas, que lo hacían sentados en los amanuenses. Los escribas dejaban en blanco las iniciales para que las hicieran los miniaturistas e iluminadores, que se encargaban también de las orlas, los frisos, etc. Los crisógrafos se encargaban de escribir códices con letras de oro. Una vez terminaban toda la tarea de escribir, los códices se encuadernaban y se guardaban en armarios en cualquier parte porque no había un sitio específico para guardarlos. También hacían intercambios con otros monasterios.
A partir ya del siglo XII a.C. se producen una serie de cambios económicos, sociales y culturales. Se genera una nueva clase social que estudia y, por ende, se extienden las universidades. Al extenderse la universidades el libro se convierte en una necesidad para el aprendizaje y la consulta. Esto hace que se favorezca su comercialización. Los libros se prestan y se alquilan y aparecen las primeras bibliotecas universitarias. Además, ahora ya no solo son los monjes los que se encargan de copiar sino que aparecen los estacionarios: personas que se encargaban de manera profesional a la copia y distribución de los códices. Aparecen, así, muchos especialistas en copias, miniaturas, rúbricas, etc.
El culmen del libro en la Edad Media se presenta con la aparición del papel de la mano de los árabes, allá por el siglo XIII. Esto hizo que el libro alcanzara mayor difusión y producción, pues era mucho más rápida su fabricación.
La ilustración del libro
Como ya hemos dicho antes, los códices eran decorados una vez finalizaba la tarea del escriba, que dejaba los huecos de las iniciales en blanco e, incluso, hacían anotaciones al margen sobre lo que debía dibujar el miniaturista (la intención era borrar luego estas anotaciones pero no siempre se produjo. Esta tarea era realizada por los miniaturistas (del latín minium, rojo, porque las iniciales solían escribirse en rojo), que también se encargaban de hacer otro tipo de dibujos en los márgenes, subrayados, signos de párrafo, cuadros, fin de línea, reclamos, etc., y que decoraban el códice en sí. Existían también los códices aúreos o argentarios, donde las letras era de oro o plata y normalmente el pergamino estaba todo pintado de púrpura. Más tarde, en Francia, se daría un uso destacado del lapislázuli para dar color al cielo y destacaban sus diminutos motivos vegetales.
En España, el libro miniado (el que está decorado con miniaturas) tiene un auge mayor con los «beatos», como el Beato de Liébana, que fue un monje mozárabe de finales del siglo VIII delo monasterio de Santo Toribio de Liébana. Entre sus obras más importantes destacan los comentarios que hizo al Apocalipsis de san Juan. Las miniaturas que realizó eran bastante particulares: una pintura plana, de dos dimensiones, muy expresiva, con colores vivos, distribuyendo el cuadro en franjas horizontales y con abundantes símbolos.
Otro libro muy representativo de esta época, ya entrado el siglo XIII, y de gran valor artístico, es el del libro de horas. Solían ser libros de formato reducido, en octavo, que recogían rezos y oraciones y estaban ilustrados con numerosas y bellas miniaturas. Un ejemplo de este tipo de libro lo encontramos en el Libro de horas de Isabel la Católica, el Libro de horas de Carlos V o el Libro de horas de María de Borgoña.
Los libros que se trabajaban en el taller de Alfonso X el Sabio eran los más cuidados y los que más miniaturas recogían. En algunos de ellos, además, no solo se recogen textos y pintura sino también música, como se refleja en el Lapidario o en las Cantigas de Santa María4.
El libro en el mundo musulmán
Antes de Mahoma el pueblo musulmán era mayoritariamente nómada y, por lo tanto, la cultura era esencialmente oral. Hallaron en la poesía una excelente forma de expresión. Cuando ya murió el profeta su secretario recopiló todas sus revelaciones dado que se las sabía de memoria. Apareció, así, el Corán, cuya palabra viene del verbo qara’a -leer-. Así, el libro de las revelaciones del profeto primero se copiaba y, después, se aprendía de memoria. Más adelante y gracias a esto se ve en los libros una excelente herramienta para el desarrollo cultural, y aparecen los libros profanos, es decir, aquellos libros de literatura griega. Cuando llegaron a la Península Ibérica y a Francia creció aún más ese interés cultural y, en especial, el científico; así que se traducen numerosas obras científicas griegas.
El papiro fue el soporte más común en el mundo musulmán pero pronto dieron con la clave de fabricación del papel (sobre el siglo VIII), el cual se convirtió en el principal soporte de escritura.
La ilustración es también de gran importancia en el mundo árabe. El primero libro árabe ilustrado es el Kitab suwar al Kawakib al-Thabita –Libro de imágenes de las estrellas o Compendio de las representaciones de las estrellas fijas-, que se encuentra en la biblioteca Bodleiana, en Oxford.
Como ya hemos dicho, a partir del siglo XII hay un gran cambio social y cultural y, por consiguiente, el libro también sufre sus propios cambios. En primer lugar, el latín va dejando paso a las lenguas vernáculas. Para que el libro sea más manejable y resulte más fácil encontrar referencias, el texto se dispone en dos columnas, haciendo que la lectura sea también más ágil. Se comienzan a usar signos de puntuación, se incrementa la decoración y el libro en sí se empequeñece para que sea más manejable y se da uso de la letra gótica, más legible y que agiliza la tarea del copista. El libro ha encontrado nuevos lectores entre la nobleza, los comerciantes, los banqueros y los universitarios.
Aparecen también las escuelas de copistas, pues la demanda es muy alta. También nos encontramos con que el libro adquiere un matiz de belleza hacia el propio objeto. Los libros se convierten en algo precioso que coleccionar y surgen hombres con grandes bibliotecas, como Petrarca o el Marqués de Santillana. Dentro de este movimiento que ven en el libro un objeto para su estudio se encuentra Richard de Bury, que escribirá el primer tratado de amor por el libro, el Philobiblion.
A finales del periodo, cuando la producción ya es grande, surge también la necesidad de controlar todo lo que se escribe. Estamos ante el nacimiento de la censura.
LAS BIBLIOTECAS EN LA EDAD MEDIA
Las bibliotecas de los monasterios
En el siglo V, tras la caída del Imperio Romano, las bibliotecas públicas fueron destruidas y las bibliotecas privadas habían decaído, al igual que decayeron los recursos económicos de sus propietarios. La Iglesia aparece con sus centros diocesanos en las ciudades y los centros monásticos en el mundo rural. Por esta época empezaron ya a guardar los códices en armarios con estanterías. No obstante, no se trataba de grandes bibliotecas.
Entre las primeras bibliotecas que se instalaron en Roma figuran las de los propios papas, que cumplían también con las funciones de archivo. En estas bibliotecas básicamente se copiaban códices de forma constante en los que se expandían las ideas del cristianismo. De hecho, muchos de los que acudían a Roma eran peregrinos que iban a copiar un códice y se iban, dado que no se permitía sacar libros de los monasterios.
En estas primeras bibliotecas cristianas la lectura se llevaba a cabo en silencio y estaba reservada principalmente a los monjes intelectuales que solían también estar copiando en la misma sala de lectura. Es decir, ya en esta época la misma sala servía para copiar, leer y guardar los libros. Estaban ubicadas en lugares con mucha luz y uno de los monjes, el armarius o antiquarius, nombrado por el abad, se encargaba de gestionar todo lo relacionado con la fabricación de los códices, de encargar los trabajos, controlaba los libros que se prestaban y los que se leían dentro de la propia biblioteca.
Entre los creadores de esos monasterios con importantes bibliotecas destaca San Benito de Nursia, que funda el monasterio de Montecasino en el año 529, considerado el monasterio con la biblioteca más importante de este periodo.
En España se fundaron en la Edad Media unos quinientos monasterios , al los que se dotó de los libros necesarios para la vida religiosa y espiritual de los monjes. Entre los más renombrados tenemos el de Santo Toribio de Liébana en Cantabria, el de San Benito el Real de Sahagún, el de Santa María de Ripoll en Gerona, los de Pedro de Cardeña y Santo Domingo de Silos en Burgos o los de San Millán de la Cogolla y San Martín de Albelda en La Rioja.
Biblioteca del monasterio de Santa María de Ripoll: es una de las más importantes y de la que hoy se conservan unos doscientos cincuenta manuscritos, que se guardan en el Archivo de la Corona de Aragón. Es importante porque, a partir del siglo XI, su colección aumenta en libro patrísticos y, sobre todo, en libros destinados a la enseñanza de las artes liberales. En el siglo XIII se incrementan las obras médicas traídas de Salermo, las jurídicas de Bolonia y las teológicas y filosóficas, traídas también de Italia. Como vemos, la importancia de esta biblioteca radica en su progresivo alejamiento de esa exclusividad religiosa dentro de su colección.
El escritorio del monasterio de San Millán: es uno de los más antiguos e importantes debido debido a la calidad e interés de los códices. Entre sus códices se encuentran las famosas Glosas Emilianenses.
Biblioteca del monasterio de Santo Domingo de Silos: ya en el siglo XIII contenía más de cien libros manuscritos. Muchos eran patrísticos, como las Etimologías de San Isidoro o los Diálogos de San Gregorio.
Fuera de los escritorios y las bibliotecas monásticas hubo también importantes colecciones de libros en algunas catedrales, como la de Toledo. Estas bibliotecas comenzaron siendo depósito de manuscritos litúrgicos y musicales y luego ya ampliaron la colección.
Las bibliotecas señoriales
Ya en el siglo XV se produce el foco de estudio se centra más en el ambiente mundano de las cortes y en las bibliotecas señoriales, dado que reyes y nobles se empiezan a interesar en las actividades culturales que, hasta ahora, estaba reservada exclusivamente a los clérigos y a la iglesia. La lectura se va difundiendo por el mundo laico y se pone al alcance de la burguesía. Esto da lugar a la aparición de las bibliotecas señoriales. Su uso era individual y sus colecciones dan cuenta del interés aparecido ya en esta época por el Humanismo. Son libros que también responden al interés de temas políticos y morales de la sociedad, y son una muestra de su inquietud intelectual.
Las más importantes fueron las de Fernán Pérez de Guzmán, la de don Enrique de Villena, la del conde de Haro, la del Marqués de Santillana y la de Isabel la Católica.
Las bibliotecas islámicas
Los árabes no tuvieron suficientes libros como para considerarlos una biblioteca hasta que invadieron los imperios del norte, los del oeste y el bizantino, dado que se encontraron con que en algunos lugares la escritura y el libro eran ya una tradición de siglos.
En las mezquitas se formaron bibliotecas gracias a donativos y, al igual que los cristianos, ejercían aquí la vida intelectual. Eran frecuentes también las bibliotecas privadas, que pertenecían a bibliófilos.
Al final, las bibliotecas árabes consiguieron tener muchísimos más libros que las de la antigüedad o las cristianas de su época debido, en gran parte, al descubrimiento de la fabricación del papel. El papel era más rápido y la copia se hacía también mucho más rápidamente.
No se creó, dentro del mundo islámico un tipo especial de construcción para las bibliotecas. Solían compartir espacio con otras instituciones. Los libros se guardaban en armarios y, en cada armario, había una hoja de papel con la relación de los libros que había. También disponían de un catálogo que solían dividirse en materias principales: religión, letras, filosofía. Más adelante se incluyó también el espacio para la medicina o las matemáticas.
Destaca la biblioteca de Alhakem II, en Córdoba, que poseía unas 400.000 obras descritas en un catálogo que ocupaba 44 volúmenes de 20 hojas cada uno.
La característica más importante de las bibliotecas musulmanas era que solían poseer el carácter de públicas y abiertas donde los libros se prestaban. También había un bibliotecario, que era una persona muy estudiosa y con un altísimo nivel cultural. Él se encargaba de gestionar los préstamos, de orientar al usuario y de gestionar también los recursos económicos de la propia biblioteca.
Las bibliotecas de las universidades
En las universidades no existía una única biblioteca acorde a las materias que se estudiaban y sus libros carecían completamente de lujos en encuadernación e ilustraciones. Cada biblioteca tenía un conjunto de libros para consulta y otro para préstamo. Los libros, además, estaban encadenados (libri catenati), lo que indicaba que no se prestaban; y los libros que sí se podían prestar (libri distribuendi), eran lo menos.
La primera biblioteca en la que se encadenan los libros fue a del Merton College de Oxford de 1289.
CASSON, Lionel. Las bibliotecas del mundo antiguo. Trad.: Mª. José Aubet. Barcelona: Ediciones Bellaterra, 2003. Impreso
PEDRAZA GARCÍA, Manuel J. y DE LOS REYES GÓMEZ, Fermín. Atlas histórico del libro y las bibliotecas. Madrid: Síntesis, 2016.
FALCÓN, Pilar. El manuscrito ilustrado: su antigüedad, su valor como signos de prestigio social y sus funciones. En línea <https://ifc.dpz.es/recursos/publicaciones/20/11/07falcon.pdf>
PÉREZ PRIEGO, Miguel Ángel. Introducción a la historia del libro. Madrid: Librerías Uned, 2020.