Dos horas y media para mi vuelo; he llegado pronto. He llegado pronto porque estoy ansioso por un viaje que, aunque sea de negocios, me parece de lo más interesante. Diría que es el mejor viaje que voy a hacer en mi vida, teniendo en cuenta que mi historial de viajes consiste en: una vez a Portugal y veintidós a Alicante (uno por cada verano de vida). No sé si incluir en la lista la vez que pasé el día entero en Segovia. Así que, sí, este viaje fuera de la patria puede categorizarse de “mejor viaje hasta el momento”. Por eso he llegado tan pronto, porque en casa no estaba siendo más que una víctima de la impaciencia.
No entiendo nada en el aeropuerto pero todo el mundo parece estar moviéndose como si fueran de la cocina al salón de su casa. Y yo me aprendí ayer la palabra “puerta de embarque”. ¿Cómo que no puedo pasar el champú? ¿Qué le pasa al champú?, ¿qué piensas que voy a hacer con él en el avión? Nada, que me lo confiscan, que me he quedado sin él. Las pantallas son intuitivas, lo de pasar por la tienda de cosas sin impuestos para acceder a las puertas de embarque me lo sabía ya de antes y tengo tiempo de sobra. Así que todo bien, todo en orden, estoy en un territorio en el que si pierdo el vuelo es porque me han asesinado, no hay de qué preocuparse. Es un buen momento para comprarme un café por el que creo que me han cobrado también los impuestos que te dicen que no te cobran en el duty free. Me siento e intento leer pero es imposible, aquí hay demasiados estímulos, hay demasiada gente. Pienso en la historia detrás de esas personas y me imagino su destino. Pero este cuento no va de romantizar el aeropuerto, va de mi viaje de negocios. Así que, retrocedemos, dejamos de mirar a las personas e intentamos leer para amenizar la espera.
Espero la cola, enseño mi documento de identidad, estoy dentro del avión, subo la maleta al compartimento de maletas, tomo asiento (no, no me ha tocado ventanilla), los azafatos hacen sus pertinentes indicaciones sobre cómo morir más relajadamente en caso de que nos estrellemos. Despegamos, qué nervios, se me han taponado los oídos, espero no marearme, los oídos han vuelto a la normalidad, ¿van a dejar esta luz tan intensa durante todo el viaje? Me he quedado dormido. Cuando me despierto ya hemos llegado y hago el mismo procedimiento que usé para subir al avión pero al revés. Se supone que en el aeropuerto me espera alguien con un cartel con mi nombre (todo un clásico pero es que se sigue haciendo) para llevarme al hotel pero, cuando llego, no veo mi cartel por ninguna parte. Espero. No tengo ni cobertura ni WiFi, así que no puedo avisar a nadie de que estoy aquí. Qué raro, estoy muy cerca de la calle, debería tener algo de señal. Espero durante más de cuarenta minutos pero no aparece nadie así que intuyo que cualquier cosa habrá pasado y me dirijo a la calle para coger un taxi. El taxista me da a entender, en un idioma que no comprendo, que no sabe dónde está el hotel que le indico. Y que su gps tampoco lo sabe. Pues nada, le hago entender que me lleve, sin más, al centro de la ciudad. Mi teléfono sigue sin cobertura ni datos, no entiendo por qué.
De camino al centro, veo que las calles están nevadas y que todas las casas parecen iglesias pequeñitas. Bajo del taxi y me sorprende el hecho de que no hace nada de frío y todo el mundo va en manga corta. Pero está nevando.
Mi teléfono ya tiene señal así que, por fin, puedo buscar en el mapa cómo ir al hotel. Necesito una ducha. Pero el mapa no sabe dónde está el hotel. El punto que indica dónde estoy yo no coincide con la calle en la que realmente estoy. Me muevo, y el punto se mueve simultáneamente pero no recorremos las mismas calles. Los nombres de las calles de la ciudad en la que realmente estoy acaban todas con dos puntos y tienen acentos variados en las consonantes. Y eso me parece extraño porque si existiera un idioma con acentos en consonantes estaría al tanto de ello, seguro. Pregunto a viandantes, en inglés, si pueden ayudarme a encontrar el hotel pero no saben hablarlo. Hablan un idioma muy gutural y a una velocidad admirable. Les enseño el mapa que aparece en mi teléfono y lo único que hacen es negar con la cabeza y el dedo índice. Intento buscar algún hotel, aunque no sea el mío, para que me orienten, pero no encuentro ninguno. Ni en el mapa ni en la calle. Vale, ¿qué está pasando? ¿Por qué tengo la sensación de que estoy en el sitio incorrecto? ¿Por qué estoy empezando a pensar que me he equivocado de ciudad?
Se está haciendo de noche y me estoy empezando a agobiar. No tengo ni idea de hablar el idioma que se habla aquí e Internet no lo reconoce porque internet sabe de todo pero se pierde en cuestiones lingüísticas. Porque el lenguaje, tan normativo y emocional al mismo tiempo, nunca podrá ser dominado por alguien que no tenga un cerebro humano. Si alguna vez vivimos en una sociedad en la que fisionómicamente no podemos diferenciar a los robots de los humanos, bastará con que abran la boca para diferenciarlos. Pero este cuento no va de romantizar el lenguaje, va de cómo me equivoqué de ciudad.
Consigo entrar en una cafetería donde, por cierto, te sirven los líquidos en platos y los sólidos en vasos, y me tomo un café como si fuera una sopa mientras pienso en si me voy ya al aeropuerto o busco algún otro lugar donde pasar la noche. En la cafetería me han visto cara de forastero frustrado y, como si estuvieran acostumbrados a esto, mediante señas, me conducen por unas escaleras hasta una habitación exactamente igual que las habitaciones a las que estamos acostumbrados. Me dan a entender que pase ahí la noche, que descanse y que busque una solución a la mañana siguiente. Acepto, agradezco, dejo la maleta a un lado, cierro la puerta y me tumbo en la cama.
¿Cómo he podido llegar hasta aquí? Revisé bien que la puerta de embarque fuera la correcta, que en la pantalla apareciera el nombre de la ciudad a la que iba y yo creo que, si me estaba subiendo al avión incorrecto, alguien me habría dicho algo. Entonces, no sé cómo he podido haberme equivocado de ciudad. Hago recapitulación del día: me he sentido, constantemente, fuera de lugar, en un sitio en el que todo es diferente a lo que mis ojos siempre ven, en el que hablan un idioma que no había oído ni leído jamás. Un lugar en el que está nevando pero la gente lleva ropa de verano. No sé qué sitio es este ni cómo he llegado hasta aquí pero sólo quiero que llegue el día, coger un taxi, indicarle que me lleve al aeropuerto y volver a casa. Pienso en mi viaje de negocios y en por qué nadie me ha llamado para preguntarme dónde estoy. Quizá se hayan olvidado de mí o hayan encontrado, en menos de veinticuatro horas, un sustituto. Imagino que, con todo este lío, queda todo cancelado.
La habitación me agobia un poco. Aunque sea como todas, huele diferente y el techo me parece muy alto. Y yo, de lo raro que me siento aquí y del cansancio, cierro los ojos y siento que mi cabeza, sólo la cabeza, sube despacio hasta el techo. Me asomo a la ventana y tengo la sensación de que las cosas que veo son sólo ideas, no tienen nombre. Y, como no tienen nombre, las noto ajenas y es como si nunca antes las hubiera visto. Mi cabeza, sólo mi cabeza, vuelve a subir al techo, esta vez más rápido. ¿Es esto lo que se siente cuando estás en un sitio que no conoces y sin saber por qué? Cuando sabes que no deberías estar donde estás, ¿es esta la percepción que se concibe? La cabeza, insisto, sólo ella, me da vueltas y el cuerpo, todo el cuerpo, empieza a sudar. Noto latidos por todo mi cuerpo, como si yo fuera un corazón gigante que puede explotar en cualquier momento. Me siento en el borde de la cama y miro a mis pies, que tienen la idea de pies pero no el nombre, y vomito. Qué asco.
Si el lector está pensando que esto es un sueño que tuve cuando me quedé dormido en el avión está en lo incierto. Esto me pasó de verdad. Todo lo que viví y sentí ese día ha pasado de verdad y, aunque no parezca real, a veces, todas las cosas que nos rodean, pueden volverse un poco irreales.
Tuve la suerte de volver a casa tras una odisea horrible. Pero esto no es un cuento de cómo hui de una ciudad extraña, es un cuento de romantizar cómo se sienten las personas que no se sienten en casa.
Birmingham 2021
Lost in translation, eh Isabel..? Te aconsejo que no vuelvas a repetir semejante experiencia si tu ánimo no se siente inclinado al spleen aventurero, o sin haber contratado previamente a un experto sherpa urbano. Y si es políglota, mejor. Si lo deseas, yo prodría recomendarte alguno.
Delicioso texto el tuyo. 🙂
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Lo tendré en cuenta para próximos viajes, Jei 😂 Gracias por tu lectura 🥰
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Me parece un cuento genial.Una muy buena metáfora de la vida.
Intriga hasta el final.
¿Quién no ha sentido alguna de esas sensaciones en un viaje?
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¡Muchas gracias! Sí, a todos nos llegan estas sensaciones en algún momento de nuestra vida 😉
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