Les dije que me gustaría ser invisible por un día, no para descubrir lo que descubrí aquella noche, sino para curiosear o amenizar un poco más la velada. Quería, más bien, saber cómo se comportaba la gente de mi entorno cuando yo no estaba, saber si conmigo tenían un comportamiento concreto condicionado por el mío propio o si eran con todo el mundo tal y como yo los conocía. Pero no tenía pensado tomármelo tan serio, sobre todo porque el experimento no sería del todo válido, a no ser que me convirtiera en invisible de verdad o que pusiera cámaras por todas partes y los observara desde la oscuridad de una sala de monitores, lo cual me parecía, cuanto menos, invasivo y un poco sociópata. O primero sociópata y luego invasivo, da igual. Nadie estaba de acuerdo cuando lo propuse (casi nunca aceptan hacer cosas que propongo) pero, tras una semana insistiendo de vez en cuando y diciéndoles que tampoco les costaba tanto y que, total, la cena era en mi casa y para una cena que hago podríais hacer la tontería esta que os estoy pidiendo, aceptaron.
La cena tuvo lugar un jueves a las ocho de la tarde y mi mundo se desvaneció ese mismo jueves a las nueve y once. Han pasado casi dos semanas de aquello y, bueno, no es que mi mundo esté desvanecido, igual he exagerado, pero no puedo verlo ya de la misma manera. No puedo confiar en las personas que me rodean como lo hacía antes; no puedo creer, como si nada, que todo lo que veo, leo o escucho es verdad. No después de lo que descubrí aquella noche en la que fui invisible.
Dada mi condición de invisible, que mis amigos, tras aceptar el reto de mala gana, llevaron a rajatabla con una impoluta dramatización, esa noche no recibí ninguna explicación, pues no se percataron de mi presencia ni de mis preguntas. Ni de mi ataque de nervios. Y hoy en día, medio delirando, me pregunto si no me convertí realmente en un ser invisible. Pero esa es una cuestión tan absurda y surrealista que no quiero ni molestarme en saber la respuesta.
Todo es una mentira. Esta es la principal conclusión a la que llegué tras el descubrimiento. Pero esa mentira está condicionada por la percepción que tiene nuestra mente del mundo que le rodea. La realidad que percibimos no es, en absoluto, comparable a la realidad que nuestra mente identifica. Y esa mente, con su percepción de las cosas, esa mente es todo. Esa mente está en el cuerpo de nuestro jefe, de nuestros amigos, de la persona que nos atiende en el supermercado, en el niño que nos mira desde abajo con cara de pánfilo. Esa mente crea todo un mundo a nuestro alrededor hecho a su medida y a su antojo, no sé si para sobrevivir o para sabotear el cuerpo en el que vive. Porque la mente no quiere vivir encerrada en un solo cuerpo, ella quiere expandirse por todos los cuerpos y hacer que todos ellos participen de su mentira. Y ya no sé si aquella noche descubrí una mentira creada por los cuerpos que comparten mi misma realidad o creada por mi mente, que ha invadido todos esos cuerpos.
No soy la misma persona desde aquella cena y me gustaría (está vez en serio) poder ser invisible de verdad porque ya no quiero que esos cuerpos invadidos de mi mente se percaten de mi presencia y tener que hacer de mi realidad la suya, o de su realidad la mía. No quiero compartir mis mentiras con nadie, no quiero tener que hablar con otros cuerpos porque ya no creo en nada de lo que me dicen, ya no creo que sean ciertas las palabras que salen de sus bocas porque están invadidas por una psique traicionera que lo dibuja todo como le parece más conveniente, sin consultarme siquiera. Las verdades que nos satisfacen, que hacen que nuestro mundo sea un lugar menos hostil en el que vivir, pueden convertirse en mentiras y, quien sabe, volver a ser verdad en algún otro momento. Descubrí que nuestra mente, acostumbrada a vivir en una realidad segura, puede hacer de esa realidad un lugar lúgubre y aterrador. Creerás que son las personas las que lo hacen, que son ellas las autoras, pero ahora yo creo que lo hacen porque mi mente habla por ellas. Y habla también por mí y me utiliza, igual que utiliza todo lo que conforma mi propio mundo.
Aquella noche descubrí la mayor de las mentiras: que los Reyes Magos no existen. Y no sé de qué manera mi mente pudo conservar esa mentira durante tantos años, no sé cómo he podido estar tan ciega, cómo he podido dejar que mi cabeza aceptara esa realidad durante tanto tiempo y cómo esa mentira se ha podido convertir en personas o esas personas en mentira o todo mi entorno en algo que no existe. No sé tampoco si esta historia es cierta, si alguna vez ha pasado esto o si simplemente es una creación de mi mente para hacer de mi realidad el lugar en el que realmente desea estar.
Londres 2020