CAPÍTULO 12

La fiesta del bebé de Sara se celebró en casa de sus padres porque la suya aún estaba en construcción y esperaba, con cierto grado de estrés, que todo estuviera listo para dentro de unos seis meses.  Fui de las últimas en llegar y me encontré con varias cosas. La primera fue una decoración espantosa formada por una especie de enredadera de globos de diferentes tamaños y colores, globos con forma de chupete y un montón de guirnaldas de color rosa. En el centro del salón habían puesto una mesa enorme llena de sándwiches, zumos, pasteles y demás comida de cumpleaños infantil. Y, debajo de ella, los regalos que las invitadas (porque solo había mujeres en aquella fiesta) habían traído. Yo no llevé nada y reconozco que me avergoncé.

La segunda cosa con la que me encontré fue con que no conocía a nadie, lo cual me hizo darme cuenta de lo alejadas que estaban mi vida y la de Sara, a pesar de que habíamos pasado nuestra infancia juntas. Sin embargo, nuestra adolescencia, lo que realmente marca el destino de tu juventud, se desarrolló en escenarios completamente diferentes. Y ahí estaba yo, en la casa en la que tanto había jugado de pequeña, sin sentir extraña a mi amiga a pesar de la poca relación que teníamos en ese momento de nuestras vidas. Sin embargo, lo único que nos unía era el tiempo, el tiempo invertido juntas en el pasado, durante nuestra niñez.

El principio de la fiesta se desarrolló con normalidad, dándome a conocer a sus amigas, algunas de ellas también embarazadas. Hablaban de cunas, de carritos, de bebés, de alimentación y de un montón de cosas que se me antojaron lejanas y desconocidas, como si nunca hubiera pensado en ello y aún me quedaran años para estar en esa situación. Me aburrí un poco, no lo voy a negar. Después Sara rompió un globo del que salió confeti de color azul, lo cual indicaba que el bebé iba a nacer con genitales masculinos. Creía que ya no se llevaba eso del azul para los niños y el rosa para las niñas, pensé.

En un momento dado de la fiesta, Sara apareció en el salón con un álbum de fotos. Era un álbum de fotos familiar, muy grueso y un poco roído por el tiempo. Quería enseñarnos las fotos de la boda de sus padres para que viéramos el vestido de su madre, que quería confeccionar de igual manera para cuando ella se casara, seguramente después del nacimiento del bebé. Pero, ya que estaba, nos enseñó todo el álbum, porque en algunas fotos salíamos nosotras de pequeñas. Estaba pasando las páginas del álbum mientras enseñaba cosas del vestido, algunos tíos suyos en la boda, unos niños cuya identidad desconocía, una foto de nosotras dos jugando en ese mismo salón y, de pronto, rápido, sin ser mencionada, aparece una foto de tres hombres alrededor de un bote de pintura, como si fuera un trofeo que acabaran de ganar o un animalito que acaban de cazar. Detuve su mano, casi con violencia, antes de que pudiera pasar la página.

– ¿Y esta foto? – pregunté, un poco nerviosa.

Reconocí, por supuesto, al padre de Sara y, tras una breve inspección profunda, pude reconocer también al mío. El otro, imaginé, sería Agustín, porque todo me vino de golpe y supe que se trataba del momento en el que encontraron el bote de pintura. Pero, hasta ahora, nadie me había dicho que el padre de Sara también estaba envuelto en la trama.

–¡Ay! – dijo mi amiga, más como lamento que como queja, como si de hubiese dado cuenta en ese instante de que la foto podría despertar sensibilidades en mí por la ausencia de mi padre– Perdóname, ¿es tu padre?

– No, no es él– mentí – pero no entiendo la foto, ¡qué tontería sacarte una foto con un bote de pintura, ¿no?!

Hubo algunas risas y Sara me dijo que no tenía ni idea de eso y que, de hecho, nunca se había fijado en esa foto. Siguió hablando del álbum y la fiesta continuó, pero yo ya dejé de estar ahí, mis pensamientos ya habían acaparado toda mi atención.

Esa misma noche llamé a Hannah por teléfono para contarle mi descubrimiento de aquella tarde. Seguía empeñada en que yo misma tenía que encontrar el bote de pintura y ver en él la única verdad, pero me aconsejó que hablara con el padre de Sara. Tenía razón, estaba en medio de una encrucijada conmigo misma porque, por una parte, seguía teniendo dudas y curiosidad por lo que había pasado y, por otra parte, evadía todo lo que tuviera que ver con esa historia. Pero la vida parecía empeñarse en hacer que todo girase en torno a esa historia. Apenas había decidido dejar todo eso atrás y comenzar a hacer una vida normal lejos de mis traumas y mis complejos de la infancia cuando aparece una foto con una incógnita más.  

El padre de Sara se llamaba Alfonso y era camionero. Ahora solo trabajaba a nivel nacional y en unos horarios muy convenientes, sin tener que pasar la noche en el camión. Pero antes, cuando éramos pequeñas, se pasaba semanas fuera de casa recorriéndose los países de Europa. Por esa razón casi no recuerdo a su padre, y esa escena de ir a preguntarle cosas sobre mi padre me parecía demasiado incómoda. Pero ahí estaba, en la puerta de su casa, con una sonrisa de oreja a oreja, diciéndole que era Ingrid, la amiga de su hija, la que solía ir a casa a jugar. Tenía cara de amargado, la verdad, o cara de estar molesto porque lo había despertado de la siesta, lo cual me hizo sentir aún más incómoda. Me invitó a entrar, sin ofrecerme nada de beber. Nos sentamos en el sofá y me miró de forma que supe que tenía que decirle, sin rodeos, lo que había ido a hacer allí. Yo ya me estaba cansando de estar tan tensa y bajo esa situación así que le conté que había visto la foto y que quería saber algo más al respecto.

– En ese momento nadie supo que yo estuve ahí. – dijo, con voz cansada – Yo ya había olvidado la historia, era mejor así, pero alguien envío la foto a la tienda de Juanma. Yo mismo la puse en el álbum porque nadie se acuerda ya de todo eso.

– Entonces, ¿tú sabes lo que pasó ese día? – pregunté, confundida.

– Ingrid, yo no puedo decirte nada de lo que pasó porque para mí es un secreto y quiero que lo siga siendo. No quiero remover el pasado. Yo solo puedo decirte que tu padre vio en el Aleph cómo su hija se recorría medio mundo para buscar las respuestas a las preguntas que ahora mismo tienes.

Publicado por

Isabel

Madrid, 6 de julio de 1993 - Estudié filología hispánica en la Universidad Complutense de Madrid y tengo la inmensa suerte de dedicarme a ella cuando no tengo que trabajar.

2 comentarios en «CAPÍTULO 12»

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