– ¿Sabe? A veces pienso que no puedo más y que jamás llegaré a entender las cosas de esta vida. Me siento muy extraño en situaciones cotidianas: paseando, leyendo, viendo la televisión… ¿A usted le pasa?
– No s…
– Claro, no le pasará, estará usted acostumbrado a escuchar estas y otras extrañezas de la mente humana. Pero a mí sí me pasa, me sucede casi a diario. Durante una milésima de segundo, todo deja de existir, incluso yo; pero da la impresión de que mis emociones se multiplican y magnifican, como para rellenar el vacío que dejan las demás cosas que desaparecen.
<< Pero, en el fondo, creo que sé por qué me pasa. No es que me haga mucha falta venir aquí y contárselo para encontrar la respuesta. Me pasa porque el cerebro se cansa de intentar comprender todo, explota, se enfada y decide no entender nada. Y es que nos pasamos los minutos del día buscando respuestas a todo y, claro, las respuestas nunca aparecen porque, si no, no existirían las preguntas; y un mundo sin preguntas es un mundo demasiado fácil, no apto para la complejidad humana. Casi tan compleja como el mecanismo de un sobre. Que, aun así, haga usted un sobre tan bonito y perfecto como esos que venden… ¿podría hacerlo?
– ¿Con pegamento en la solapa y todo?
– Hombre, ¡claro!
– No, no creo… ¿puede moverse un poco más hacia la izquierda? Necesito tener la puerta despejada.
– Sí, claro, lo entiendo.
– Gracias.
– ¿Trabaja usted mucho? Yo lo hago durante casi todo el día. Me levanto muy temprano, trabajo y vuelvo a casa más bien tarde. Podría decir que este es mi único momento y lugar de descanso pero, claro, luego aquí utiliza uno mucho la mente, los pensamientos, y eso acaba agotándote aún más.
– Si quiere, puede usted echarse una cabezadita, no hace falta que hable si se encuentra cansado…
– ¡No, no! Con lo caro que está esto, lo aprovecho mejor hablando.
<<Yo trabajo porque tengo que pagar mi casa, aunque casi nunca estoy en ella. Para pagar Internet, que tampoco lo uso mucho por falta de tiempo…, para comprar libros que no me da tiempo a leer y ropa que no me puedo poner porque siempre voy en uniforme. En fin, que trabajo de sol a sol para pagar malamente un montón de cosas que no puedo usar.
– Una lástima, no hay duda…
– Me frustran muchas cosas en la vida, ¿sabe? Cosas pequeñas, como que el hielo del vaso no me deje beber pero no poder hacerlo sin él porque, si no, el refresco ya no se refresca; o no tener un lápiz a mano para subrayar una frase del libro que me esté leyendo. Pero también me frustran cosas grandes, como tener la sensación de no poder querer bien a la gente pero necesitarla igualmente. La gente… creo que eso es lo que más me frustra de todo. No me comprendo ni a mí mismo, ¿cómo voy a comprender a los demás? Y ellos no me comprenden a mí porque yo no me comprendo y, entonces, no hablo con nadie (excepto con usted, que no sé ni por qué lo hago, porque no lo necesito); me alejo de todos, igual que me alejo de mí mismo por el simple hecho de no comprenderlo. Y todo desemboca en una inmensa y agobiante soledad que hace que mire a mi alrededor y solo vea bruma; y esa bruma gira en torno a mí, cegándome y dejándome sin aliento. Y veo asomarse a toda esa gente, que se ríe de mí y me señala con el dedo, recordándome que no valgo lo mismo que ellos, que mi trabajo aliena mi identidad, que nunca podré hacer todo lo que sueño e imagino que podría hacer porque, además de quejica, soy un cobarde que no hace más que ponerse excusas para no conocerse jamás.
– Señor… hemos llegado a la última parada.
Bruselas, 2017
Oye y sí, los ubers, los cantineros y los psicólogos escuchan de todo; a lo mejor como escritora me convendría tener trabajo de uber por un mes, y sacar montón de relatos de todo lo que se puede escuchar y ver de la gente.
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